lunes, 3 de agosto de 2009

Docente como intelectual transformativo

Está la necesidad de defender las escuelas como instituciones para el mantenimiento y el desarrollo de una democracia y también para defender a los profesores como intelectuales transformativos que combinan la reflexión y la práctica académicas con el fin de educar a los estudiantes para que sean ciudadanos reflexivos y activos.
Henry Giroux


Durante algún tiempo la denominación “intelectual” vio mermado su carácter positivo. Las concepciones del término pasaron de ser las de agrupaciones de personajes de ciencia, arte y cultura culta al de personas arrogantes que creían saberlo todo. A raíz de ello, hoy podemos hablar de intelectuales de variante leninista (aquellos que se autoproclaman tecnócratas políticamente orientados, semejantes a un partido de vanguardia) y los intelectuales transformativos (críticos a las ideologías tecnocráticas y instrumentalistas).
Dada esta aclaración, podemos agregar que la condición de intelectual no es el correlato de una profesión determinada. No se trata sólo de transformar la realidad en objeto de explicación, sino en objeto de la experiencia. El conocimiento está unido a la acción, por lo que se extiende la capacidad del hombre de reactuar sobre sus circunstancias. Mientras el conocimiento es de opciones de construcción, la práctica sirve para impulsar una construcción en la dirección desarrollada por el conocimiento.
Pensar es polemizar, pero hubo momentos –y aún se dan ocasiones- en los que si no adheríamos a Bordieu, Habermas o cualquier otro “ídolo” del ámbito académico no éramos realistas y nunca llegaríamos a ser los intelectuales que iluminen a la plebe.
Pero esto no es un problema de nuestro siglo, pues “intelectuales de variante leninista” como Sarmiento, Roca e Irigoyen se preocuparon en su turno por soluciones prácticas en el plano de la burguesía de la época. Carecían, como pasa hoy a varios, de la idea de sabiduría que emerge de la cultura popular. El país o la “nación” fue siempre una empresa de construcción exterior antes que una labor interior.
Sin embargo, si se considera que la educación va mucho más allá del adiestramiento para las prácticas; también debemos contextualizar en términos políticos y normativos las funciones sociales concretas que realizan los docentes. Se debe interrogar acerca del potencial teórico inmerso en las experiencias históricas y en las fuentes culturales de la totalidad de clases. Para ello hay que estar comprometido en conocer nuestra realidad. Esa realidad está en los saberes populares, en la literatura, la poesía, la música, en los dichos y dicharachos, y en todo lo que expresa el pueblo en su hacer, en sus obras tangibles e intangibles en sus formas simbólicas.
A lo largo de la historia se ha venido formando a “los intelectuales” como funcionales al establishment, gracias a las universidades "burocratizadoras del conocimiento” (como se escucha muchas veces afirmar a las agrupaciones estudiantiles de izquierda). Así mismo, las escuelas son otro de los lugares económicos, culturales y sociales inseparablemente ligados a los temas del poder y el control.
Aquí es donde juegan un papel primordial los intelectuales que se plantan como transformadores. Solo con esta postura, los profesores pueden educar a los estudiantes para ser ciudadanos activos y críticos. Con ello, no se pretende una autarquía teórica sino que también es importante considerar el contexto mundial en lo que tiene que ver con la producción del conocimiento.
Estos intelectuales son los pensadores, profesionales y estudiantes que no pretende engrosar la lista de favores y complacencias entre eruditos y poderosos. Diariamente, emergen nuevos pensamientos, nuevas caras, nuevas polémicas… porque no somos intelectuales de profesión, sino profesores.

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