jueves, 11 de septiembre de 2008

La cultura masiva de tensionar y negociar



Con el último texto producido, me quedo la sensación de que los conceptos no terminaban de cerrar. Al volver a leerlo, comprendo que paso por alto (o doy por entendido) algunas definiciones que hacen al resto de mi, si se quiere, discurso. Por ese motivo, esta vez, me detendré en cada una de esas palabras que considero fundamentales mas no sea sino para re definir.
Si bien la “Guía de lectura Nº3” no decía explícitamente que redactemos un texto a partir de los interrogantes que nos proponían resolver (tras la lectura de los textos de J. M. Barbero –El largo proceso de enculturación-, y de M. C. Mata – Nociones para pensar la comunicación-); decidí tomar este formato final para ordenar mis ideas.
Desde el comienzo de la cursada, y a lo largo de los debates que se han dado en las clases, se puso sobre el tapete la metodología de pensar a la comunicación con una mirada dialéctica. De aquí que, en este momento, la tomo como un proceso relacional entre medios y mediaciones, cultura y política, medios y prácticas sociales, mensajes y discursos sociales, pensar y hacer, sujetos y sentidos,… Esta perspectiva es la que converge en ambos autores, anteriormente nombrados.
Y sin quererlo (o más bien, sin poder evitarlo) volvemos a toparnos con “el conocimiento”. Ese mismo que en su momento dijimos que se hacia presente al unirse con la acción, por lo que se extiende la capacidad del hombre de reactuar sobre sus circunstancias.
Jesús Martín Barbero nos propone una mirada específica de la comunicación desde el concepto de mediaciones en el terreno de la cultura. Pero nada de esto podría comprenderse si no se tiene en cuenta su propuesta de leer la cultura en clave política y lo político en clave de cultura.
Retomando al español, podemos decir que lo que posibilita el paso de la unidad de mercado a la unidad política será la integración de la cultura. Esto se logra superando el obstáculo puesto por las diferencias culturales y la parcelación que ellas representan. Para ello, se da una transformación del saber y los modos populares de su transmisión.
En este sentido, existirían -según J. M. Barbero- dos campos donde se hace especialmente claro el sentido que toma el proceso de enculturación: en las rupturas en el sentido del tiempo (el tiempo que antes era valorado por la circulación del dinero y las mercancías, pasa a ser sólo el tiempo de la producción, desligado totalmente de la burguesía, sometiendo el término política a un capitalismo que reduce la vida a la simple producción. De ahí que para no reducir la resistencia a reacción, necesitemos escapar a esa lógica leyendo la cultura en clave política y la política en clave de cultura ) y en las transformaciones del modo del saber (la escuela llenará recipientes vacios y arrancará vicios, se difundirá entre las clases populares la desvalorización y el menosprecio de su cultura).
Teniendo en cuenta esto, es imposible no compartir la postura de que “el verdadero alcance y el sentido de los movimientos se hallan (…) en el atropello permanente y flagrante que la economía de mercado realiza sobre (…) la economía moral de la plebe” .
De esta manera podemos comprender a los sujetos políticos como producto de conflictos concretos que se libran en el campo de lo económico y en el terreno de lo simbólico y no pensados desde clases sociales como entidades abstractas.
A mi parecer, es desde allí que se puede hacer una lectura de la cultura en clave política. La práctica política no puede ser pensada por fuera de los lazos colectivos y de pertenencia que forma la cultura. Lo cultural señala la percepción de dimensiones del conflicto social, la formación de nuevos sujetos y formas nuevas de resistencia a lo hegemónico. Esta resistencia se da en la cultura que algunos vieron (o ven) como “no culta”. Esa que es popular y activa (en memoria, conflictividad y creación)
La cultura emerge como una zona de confluencia dialéctica entre disciplinas y medios, por un lado, y mediaciones, por el otro. Así, María Cristina Mata sitúa a la comunicación en el centro de un proceso dialéctico que abarca el pensar y el hacer y, la experiencia de vida y el trabajo específico. Para ella, considerar que la cultura masiva es sinónimo de medios masivos, significa empobrecer la comprensión global de la realidad.
La cultura masiva, vista desde este punto, es una construcción de la hegemonía y no de la dominación. La comunicación que esta cultura implica se entiende como "producción de sentido y hecho cultural" en el terreno de lo masivo, entendiendo a "masivo" en un sentido amplio.
Parafraseando a N. G. Canclini, la autora nos dice que “para entender la eficacia persuasiva de las acciones hegemónicas, hay que reconocer (…), lo que en ellas existe de servicio hacia las clases populares” . Dadas estas característica, el vínculo tiene menos violencia que en el contrato, pues tanto en la esfera de la emisión como en la de la recepción existe producción de sentido.
Lo masivo emerge como el modo predominante del funcionamiento cultural actual. Los medios despliegan su propia estrategia de construcción y conversión en espacios de representación e interacción social. Se da una legitimación de ciertos discursos como parte del conjunto de lo decible, que no obstante incluye lo no dicho. El grupo dominante se impone como una aceptabilidad instituida y confiere a determinados miembros el status de interlocutores válidos.
“La constitución de la cultura masiva como espacio de diferenciación presenta (…) la aparición de subculturas generacionales, étnicas o regionales, que permiten la expresión de nuevos conflictos e identidades sociales” .
Evidentemente, para ambos, los masivo y lo cultura debe una perspectiva dialéctica en el sentido de procesos que son centros de luchas, tensiones, conflictos y oposiciones, a la par de negociaciones, fusiones e integraciones.

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